El llamamiento a retomar el canal de Panamá como territorio estadounidense se enmarca en una centenaria vertiente política de derecha que se define a sí misma como el baluarte que protege la soberanía estadounidense.
Traducción al español por Yenni Castro - Valestra Editorial
La exigencia del presidente Trump de que, “... el Canal de Panamá nos sea devuelto, en su totalidad, rápidamente y sin preguntas” fue una sorpresa para muchos estadounidenses. Es probable que pocos hubieran pensado en el Canal de Panamá, salvo de forma pasajera, durante décadas. Pero para el círculo íntimo de Trump y sus partidarios, la amenaza sobre el canal no fue una sorpresa.
El llamamiento a retomar el canal como territorio estadounidense se enmarca en una centenaria vertiente política de derecha que se define a sí misma como el baluarte que protege la soberanía estadounidense de lo que se percibe como los peligros del internacionalismo del siglo XX: organizaciones como la ONU, la Corte Internacional de Justicia, los acuerdos internacionales de defensa y las prácticas de gobernanza global. Esta idea de soberanía es una política que afirma la libertad frente a los acuerdos e instituciones internacionales que amenazan con limitar la jurisdicción soberana y la gobernanza de EE.UU. -de su territorio, pueblos y fronteras, y de sus pretensiones proyectadas en otros lugares. Trump no es un hombre fácil de categorizar. Y los encargados de formular las políticas y asesores de su círculo más cercano muestran una amplia gama de impulsos ideológicos. Pero, aun así, muchos de ellos reconocerían el trumpismo como, usando sus propias palabras, "soberanista".
El resurgimiento de esta agenda soberanista es claramente visible hoy en día en el rechazo generalizado de Trump a la ONU, la OTAN y otros organismos y acuerdos internacionales. Esto es lo que impulsa la implacable campaña de la derecha para proteger las fronteras nacionales contra la inmigración. También sirve para explicar la afinidad de Trump con otros regímenes y movimientos anti-internacionalistas y opositores a la ONU, como el de la Hungría del euroescéptico Victor Orban o el de la italiana Georgia Meloni. Y también explica su postura beligerante y que reduce a propiedad exclusiva lo que fue territorio estadounidense, el Canal de Panamá.
La política soberanista surgió hace más de 100 años dentro del movimiento contra el internacionalismo que se produjo tras la I Guerra Mundial y la formación de la Liga de Naciones. La Liga de Naciones encarnaba las esperanzas de muchos de un mundo más pacífico y ordenado. Destacaban entre ellos aquellos que buscaban la independencia de los imperios (naciones colonizadas o antiguamente colonizadas) y que esperaban utilizar la Liga de Naciones como medio para impulsar sus pretensiones de autogobierno y representación internacional.
Sin embargo, para algunos estadounidenses, eran precisamente estas esperanzas de los colonizados -de los pueblos no blancos- de una mayor igualdad y autodeterminación las que hacían tan peligrosa a la Liga. Según ellos, este gobierno mundial introduciría una forma de gobierno supranacional que amenazaría el control soberano de Estados Unidos sobre su territorio y sus pueblos. Perturbaría especialmente la gobernanza de la que disfrutaban los estadounidenses nativos de raza blanca, herederos, en su opinión, de las venerables tradiciones de la cultura política anglosajona. Como dijo el senador James Reed de Misuri haciendo un recuento de los muchos países asiáticos, africanos y latinoamericanos que serían miembros de la Liga, “no consentiré que se delegue en ninguna otra raza o nación ninguno de los poderes soberanos de Estados Unidos que pertenecen a nuestro pueblo.”
El movimiento creció después de la I Guerra Mundial, aunque Estados Unidos no se unió a la Liga de Naciones, y trató de derrotar “el sutil veneno del internacionalismo”, tal y como lo expresó un soberanista. Evolucionó a lo largo de las décadas, a medida que las características y el alcance del internacionalismo liberal y de izquierda adoptaban nuevas formas y planteaban nuevos desafíos para la soberanía y la jurisdicción estadounidenses.
En los años treinta y principios de los cuarenta, los soberanistas anti-internacionalistas ayudaron a liderar la oposición a la entrada en la II Guerra Mundial junto a los aliados. En su lugar, apoyaron la insurgencia nacionalista anti-internacionalista de Franco, y los regímenes anticomunistas e hipernacionalistas de Italia y Alemania. En los años posteriores a la II Guerra Mundial, con el nacimiento de las Naciones Unidas y el liderazgo de Estados Unidos en esa institución, los soberanistas sintieron que los peligros del gobierno mundial habían comenzado. Emprendieron una larga guerra contra las Naciones Unidas, sus convenciones y el derecho internacional público, el comercio y los derechos que creó.
Uno de los objetivos más importantes de los soberanistas fueron las Convenciones sobre Derechos Humanos y sobre el Genocidio, fruto, en su opinión, del poder de las naciones no blancas dentro de la ONU, a las que se referían como el “bloque afroasiático”. En opinión de los anti-internacionalistas, los convenios y organismos de la ONU socavaban la autoridad civilizadora de las naciones blancas y cristianas y de sus pueblos al ofrecer membresía e influencia a estados no blancos y a movimientos y estados que se oponían al imperialismo.
Tales preocupaciones llevaron al movimiento a nuevas áreas de activismo en política exterior, entre ellas el Canal de Panamá.
Al igual que muchos países con historias de dominación imperial, Panamá adoptó la política de descolonización y autodeterminación que los países del Sur global llevaron a la ONU. En las décadas de 1950 y 1960, los panameños invocaron la Carta de las Naciones Unidas y las normas de la Corte Internacional de Justicia sobre territorios en disputa para desafiar la autoridad estadounidense sobre el canal. También convencieron al presidente Dwight D. Eisenhower, y a John F. Kennedy y Lyndon Johnson para que cedieran parte del gobierno simbólico y real sobre el canal. Los panameños convencieron a otras naciones recientemente descolonizadas para que presionaran a las Naciones Unidas con el fin de que estudiaran su reclamación sobre el territorio. Los anti-internacionalistas del movimiento soberanista denunciaron lo que consideraban una conspiración internacionalista para robar el canal, que, en sus palabras, era “tan parte de Estados Unidos como Florida o Alaska”. Comenzaron una campaña política para crear conciencia sobre el peligro de las ideologías internacionalistas y de la ONU que amenazaban el control estadounidense sobre el canal. A medida que las administraciones estadounidenses otorgaban lentamente una mayor autoridad a los panameños, el movimiento para proteger el canal creció.
Pero los panameños frustraron ese movimiento. En 1973, el líder militar panameño Omar Torrijos consiguió que el Consejo de Seguridad de la ONU se reuniera para celebrar una audiencia sobre el canal en Ciudad de Panamá, colindante con la Zona del Canal: acordaron investigar el estatus de la zona como “territorio ocupado” de Panamá por Estados Unidos. La audiencia de la ONU se sumó a la presión local de los panameños, y en 1974, Henry Kissinger reabrió las conversaciones en curso con el gobierno de Torrijos para negociar un tratado que puso en marcha un proceso de concesión del control panameño sobre el canal. Con esa medida, al conjunto de aliados de larga data en organizaciones de veteranos y grupos patrióticos se unieron a influyentes “nuevos conservadores” como el Conservative Caucus [TCC] y el candidato presidencial Ronald Reagan. La disputa final sobre el canal, que se produjo durante el debate del Congreso en relación con el tratado en 1977 y 1978, popularizó la política de soberanía y el anti-internacionalismo, dando forma al atractivo nacionalista de Reagan y llevándolo a él y al Partido Republicano hacia una perspectiva más anti-internacionalista.
Esa perspectiva mantuvo su importancia en la derecha estadounidense durante los ochenta, cuando Reagan se retiró del tratado de la UNESCO, y cobró nueva vida en los noventa, cuando el fin de la Guerra Fría, la desaparición de la amenaza soviética y el surgimiento del llamado “Nuevo Orden Mundial” condujeron al triunfo del internacionalismo liderado por Estados Unidos. Los soberanistas se mostraron reacios a la participación de las tropas estadounidenses en misiones de mantenimiento de la paz de la ONU y a la proliferación de acuerdos comerciales a nivel mundial, por ejemplo. Para los soberanistas de finales del siglo XX y principios del XXI, la política anti-internacionalista parecía más importante que nunca.
No es de extrañar, entonces, que la política soberanista haya resurgido con Trump, en parte, a través de sus demandas sobre el Canal de Panamá. Pocos creen que Trump realmente retomará el control del Canal de Panamá. No obstante, los soberanistas de su administración intentarán llevar a cabo muchas iniciativas de la agenda soberanista y anti-internacionalista que han mantenido durante un siglo. A juzgar por sus propias declaraciones en el Proyecto 2025, buscarán retirarse de otros acuerdos y organizaciones internacionales, como ya han hecho con la Organización Mundial de la Salud. También es probable que intenten debilitar y desestabilizar la OTAN y la Unión Europea. Y que alienten a otros gobiernos y partidos de derecha en Europa e Israel, entre otros, ya de por sí hostiles al internacionalismo, a buscar su propia retirada. Como resultado, el orden internacionalista que surgió después de la II Guerra Mundial puede enfrentarse a una crisis nunca vista desde el nacimiento de la política soberanista estadounidense en 1919.
Jennifer Mittelstadt es profesora de Historia en la Universidad de Rutgers (EE. UU.).
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