La anterior Guerra Fría era entre ideologías, formas económicas y políticas de organizar las sociedades. La presente se lleva a cabo en el mismo sistema económico capitalista, pero con diferencias en los sistemas políticos, entre la democracia liberal y el autoritarismo. Si miramos hacia América Latina, se le presentan nuevos dilemas.
Venimos de dos crisis financieras (2008 y 2020) y una pandemia. Y ahora nos encontramos ante una guerra en Europa, en la que Rusia y la OTAN se enfrentan a través de Ucrania, lo que agudiza el peligro del uso de armas nucleares y otros impactos como los aumentos de los precios de la energía, la inflación global, las crisis alimentarias, y el peligro de recesión mundial. También hay un clima de tensión creciente entre China y Estados Unidos que se manifiesta alrededor de Taiwán y en las pugnas tecnológicas. Entre tanto, el número de conflictos armados en el mundo llega al medio centenar.
En el caso de América Latina y el Caribe, continúa siendo un continente sin guerras, pero tampoco hay paz en sentido amplio, vinculada con justicia social y derechos humanos.
Hay alta violencia en México, Haití y Colombia; asesinatos de activistas de derechos humanos y medioambientales; tensiones con comunidades indígenas en Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Perú, y Argentina; feminicidios; inestabilidad política en Argentina, Ecuador, Bolivia y Perú; y el crimen organizado conectado internacionalmente.
El impacto del cambio climático es un problema muy serio en un continente que cuenta con reservas como la Amazonia y el Gran Chaco. Los impactos del clima extremo y el cambio climático, incluidas mega sequías, lluvias extremas, olas de calor terrestres y marinas, y el derretimiento de los glaciares, afecta a los ecosistemas, la seguridad alimentaria, la salud humana y la pobreza.
La crisis ambiental no es un problema de seguridad tradicional, pero sus consecuencias generan inseguridad en millones de ciudadanos, y pueden potenciar o ser una de las causas de conflictos violentos.
La violencia desde el Estado y la crisis de la democracia van de la mano generando inseguridad jurídica, violaciones de derechos humanos, favoreciendo la corrupción y la evasión fiscal (de sistemas ya fiscalmente ineficaces o inexistentes); en suma, desgastando lo que queda de pacto social.
En este panorama de violencias hay que incorporar las que sufren los emigrantes que, desde diferentes países —algunos fuera del continente—, se desplazan horizontalmente o van hacia la frontera con Estados Unidos.
En este marco global y regional estamos ante dos tendencias contrapuestas. Una va en la dirección del rearme, los aumentos de los presupuestos de defensa, los nacionalismos extremistas, la fuerza por delante del diálogo, y considerar el multilateralismo y el Derecho Internacional como cuestiones secundarias.
Los gobiernos democráticos plantean que la fuerza es una necesidad para defender la democracia. Los autoritarios presentan la fuerza como una medida inevitable para defender sus causas.
La otra tendencia subraya la urgencia de enfrentar los problemas y cuestiones comunes del sistema mundial y fortalecer el orden multilateral. Esta tendencia considera que, sin cooperación entre Estados, organizaciones multilaterales globales y regionales, la sociedad civil, y los sectores públicos y privados, no será posible ni gestionarlos ni solucionar el cambio climático, sus impactos humanitarios, la seguridad alimentaria, la proliferación nuclear, o las emergencias migratorias.
La invasión de Rusia a Ucrania está en el centro de estas dos tendencias y será vista en el futuro como un suceso clave que puso a los demócratas y promotores de un orden internacional pacífico en una difícil situación.
Aunque hay divergencias sobre si estamos o no ante una nueva Guerra Fría, el hecho es que hay una creciente tensión entre grandes potencias, pero con características muy diferentes de la primera.
La anterior era entre ideologías, formas económicas y políticas de organizar las sociedades, y de expectativas hacia dónde debía evolucionar el sistema mundial. La presente se lleva a cabo en el mismo sistema económico capitalista, pero con diferencias en los sistemas políticos, entre la democracia liberal y el autoritarismo. China es ahora el principal contrincante de Estados Unidos, mientras que Rusia plantea serios problemas para la seguridad europea y las relaciones Atlánticas.
Si miramos hacia América Latina, se le presentan nuevos dilemas:
Primero, Estados Unidos ha perdido interés estratégico en la región. Sus intereses están en otras partes, el comercio con la región ha disminuido y se vincula selectivamente con México, Colombia y con América Central, a través de un plan de desarrollo y anticorrupción sin futuro.
Segundo, China amplía pragmáticamente su influencia con inversiones en infraestructura, compra de materias primas, y ofrecimientos de ayuda al desarrollo sin condicionalidades. Rusia perderá puntos para ser un jugador externo en la región a partir de la guerra de Ucrania.
Tercero, la Unión Europea tiene por delante problemas como Ucrania, el impacto del Brexit, los gobernantes autoritarios y el ascenso de la ultraderecha. El tiempo político que pueda dedicar a América Latina será escaso. Pero algunos países europeos podrían considerar ganar terreno ante el vacío que deja EE. UU. antes de que lo ocupe China.
Cuarto, en este mundo multipolar y pragmático los líderes regionales toman iniciativas sin alinearse con una u otra potencia, o son flexibles en sus lealtades, y cultivan alianzas propias.
Ante la falta de una integración o coordinación política y económica, probablemente cada país de América Latina se sitúe según sus intereses.
Estados Unidos presionará, pero tiene menos fuerza que durante la Guerra Fría, para que no se hagan pactos tecnológicos con China, no se compren armas a Rusia. No es descartable que Pekín utilice, por su parte, mecanismos de presión económica, financieros o de acceso a tecnología.
El debate sobre un posible no alineamiento activo está presente en la región, pero esto requeriría un grado de coordinación entre estados que no existe. Entre la crisis, el desinterés de Washington, y el ascenso de China en la región, los gobiernos encontrarán más autonomía.
No parece tampoco que los gobiernos progresistas de la región estén interesados en profundizar en ninguna dirección. Si se dejan las cosas como están, Estados Unidos continuará perdiendo peso, Europa será un socio débilmente político y China ganará más espacio.
Es una época de graves tensiones, conflictos violentos y crisis globales. Las recomendaciones e ideas de académicos, científicos, organizaciones de la sociedad civil y comunidades locales sobre seguridad, resolución de conflictos violentos, prevención de estos, respeto por las normas del Derecho Internacional y los derechos humanos son más necesarias que nunca.
Mariano Aguirre es miembro asociado de Chatam House y coordinador de la Red Latinoamericana de Seguridad Incluyente y Sostenible.
Es analista de política internacional, especialmente en cuestiones de Oriente Medio, América Latina y política exterior de Estados Unidos. Asesor del Instituto de Derechos Humanos (Universidad de Deusto, Bilbao, España) y fellow del Transnational Institute (TNI, Ámsterdam). Fue asesor senior de la Oficina del Coordinador Residente de la INU en Colombia (2017-2019), director del Centro Noruego para la Resolución de Conflictos (NOREF, Oslo, 2009-2016) y program officer de la Fundación Ford. Es autor y coautor de diversos libros. El último: “Salto al vacío: crisis y declive de Estados Unidos” (Icaria, Barcelona, 2017).
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