La invasión rusa de Ucrania sorprendió a una América Latina más fragmentada, depauperada, desigual, violenta, ideologizada y polarizada que antes, tras un pésimo manejo de la pandemia.
Profesora-investigadora visitante de la División de Estudios Internacionales del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE)
Miembro del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (Comexi)
La invasión rusa de Ucrania sorprendió a una América Latina más fragmentada, depauperada, desigual, violenta, ideologizada y polarizada que antes, tras un pésimo manejo de la pandemia. Al igual que la COVID-19, este conflicto de alcance global con potencial para redefinir el orden mundial la tomó desprevenida, y se mostró incapaz para reaccionar con prontitud y de manera coordinada ante el desafío. Esta nueva gran crisis internacional es otra oportunidad perdida para una región cuya irrelevancia internacional aumenta cada día.
A casi cuatro meses de iniciada la invasión, ya es posible esbozar sus brutales efectos en la región. Se disparará la pobreza en casi un 35% y 8 millones de personas podrían caer en situación de inseguridad alimentaria por el aumento en los costos de los alimentos y la falta de fertilizantes, según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL)[1].
Habrá bajo crecimiento y aumentará el desempleo. Si bien algunas economías –como las de Brasil y Argentina, productoras de energía y alimentos– se han beneficiado de la invasión, los efectos no serán duraderos, debido al aumento de la inflación inducido por la guerra.
Como la inflación afecta directamente a la población, esto elevará la tensión social y el descontento en una región ya polarizada política y socialmente. La subida de las tasas de interés para tratar de frenar la inflación ha hecho más atractiva la inversión en economías desarrolladas y con menos riesgos. Pero, peor aún, ha aumentado el costo del servicio de la deuda, estrategia a la que recurrieron muchos gobiernos latinoamericanos durante la pandemia.
En lo relativo a la invasión de Rusia del territorio ucraniano, esta América Latina, conocida en el ámbito multilateral por sus contribuciones a la defensa del Derecho Internacional, ha sido incapaz de condenar de forma contundente y unánime las acciones rusas. Explicaciones hay varias, pero ninguna que consiga que la región salve su cara.
Podría empezarse con el trabajo que ha hecho Rusia para penetrar cada vez más en los países de la región, a costa de la anterior presencia hegemónica de Washington. Destaca el papel de los medios rusos, particularmente RT y Sputnik, que tienen una gran popularidad. Desde una supuesta objetividad, han conseguido reavivar el sempiterno sentimiento antiestadounidense y que los latinoamericanos consideren como aceptables los regímenes autoritarios.
El desencanto con la democracia y con la globalización en América Latina es de tal magnitud que se consideran adecuados e incluso preferibles las democracias iliberales y los gobiernos autoritarios. El fracaso de la gran transformación democrática y la apertura económica muestra que ha sido imposible transformar una cultura política autoritaria que viene desde el pasado colonial. A la vez, hay un profundo malestar con la globalización, porque no se han cumplido las promesas que pretendieron justificar la transformación estructural. Al final, los métodos que utiliza Putin para gobernar también son los de Daniel Ortega en Nicaragua, Nicolás Maduro en Venezuela o Miguel Díaz Canel en Cuba, y otros líderes latinoamericanos que van por el mismo camino, incluso si fueron elegidos en las urnas. Por otra parte, la apertura económica y la integración regional efectiva son asignaturas pendientes.
Así, la región se enfrenta a este complejo momento de cambios geopolíticos de forma fragmentada, sin posiciones comunes. Se trata de una mezcla de actores muy enfocados en la refriega política interna con poca perspectiva internacional, en la que incluso se presentan divergencias entre las posiciones de sus presidentes y lo que hacen sus Cancillerías y Misiones ante la Organización de Estados Americanos (OEA) o la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Varios gobiernos, por otra parte, han jugado sus cartas. Cuando la inteligencia estadounidense ya había advertido de que la invasión era inminente, los presidentes Jair Bolsonaro y Alberto Fernández viajaron a Moscú. Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador pretenden jugar a la “neutralidad”. El primero lo hace con el fin de garantizar el suministro de fertilizantes rusos, y el segundo por razones que no son fáciles de explicar cuando México depende enormemente de Estados Unidos en todos los ámbitos. Por su parte, Fernández fue capaz de ofrecer a Argentina como puerta de entrada para Moscú. Por último, la mayoría de los países latinoamericanos se ha negado a aplicar sanciones contra Rusia, incluso si no tienen un costo significativo para sus economías.
Pareciera que los gobiernos latinoamericanos se quedaron atrapados en la Guerra Fría y no entienden que el mundo está en un momento distinto. La cuestión es que han hecho un mal cálculo al creer que pueden sacar provecho tanto de Washington como de Moscú, sin darse cuenta de que este juego solo debilita aún más a la región. Tampoco consideran que, si este conflicto se alarga, sus principales socios (Estados Unidos, la Unión Europea y China, en distinto orden según el caso) se verán muy afectados y eso terminará mermando a sus economías.
Evitar asumir la realidad o pretender la neutralidad no es una opción viable, pero sí costosa. Si este es un cambio de era, las élites políticas de la región parecen no haberse enterado ni están preparadas para hacer frente a las turbulencias que vienen.
El tan anhelado declive estadounidense por algunos sectores de la clase política latinoamericana puede volverse realidad, pero la alternativa es, en el mejor de los casos, incierta y, en el peor, hostil. América Latina no tiene en este momento ni voz ni voto ni aliados para contribuir a conformar un nuevo orden mundial que responda a sus necesidades. Más aún, se está convirtiendo en una región invisible, aislada, agobiada por sus problemas, inmersa en sus pequeñas batallas ideológicas de otros tiempos y sin capacidad para influir. América Latina no tiene una estrategia; por tanto, será parte de la de alguien más y tendrá que sufrir las consecuencias.
[1] CEPAL, Repercusiones en América Latina y el Caribe de la guerra en Ucrania: ¿cómo enfrentar esta nueva crisis?, junio 2022, disponible en: www.cepal.org/es/publicaciones/repercusiones-america-latina-caribe-la-guerra-ucrania-como-enfrentar-esta-nueva-crisis.
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